Monday, December 01, 2008

Algo Nuevo Bajo el Sol: Van Dyke Parks, Randy Newman & Ry Cooder (1967-1970)

Los Ángeles, como representación de la Baja California, es, o por lo menos así lo atestiguan los que allí viven, han vivido o conocido la ciudad, todo menos lo que uno espera encontrarse. Eso, si lo que imaginas tiene que ver con el “mito californiano” del verano eterno sublimado, y creado prácticamente, en los primeros años 60 por las composiciones de un joven genial llamado Brian Wilson. Poco menos que un paraíso terrenal, el país del nunca jamás, y de las dos chicas por cada chico. Por supuesto que, históricamente, podemos encontrar otras evocaciones anteriores, aquellas de la tierra de promisión, de un nuevo “El Dorado”, que tenían los primeros colonos que, provenientes del Este principalmente, se asentaron en estas tierras (acabando de paso con los Indios nativos que las poblaban). Prácticamente la misma visión que la familia de okies de la Gran Depresión retratada por John Steinbeck en “Las Uvas de la Ira”, anhelaba en su desesperada marcha. Pero casi siempre, a la vez que el mito de California crecía, su lado desconocido y oculto, oscuro muchas veces, también empezaba a darse a conocer, en menor medida, gracias a la pluma de escritores como Raymond Chandler que dibujaban un nuevo paisaje lleno de sombras y callejones nocturnos mal iluminados, cuando no uno desolado por un sol deslumbrante y abrasador. Por su parte, Billy Wilder (“Sunset Boulevard”) o Nicholas Ray (“En un lugar solitario”) plasmaban en imágenes esta otra panorámica más desoladora y deshumanizada, pero realista, en la que se iba convirtiendo la “ciudad de ángeles”.

Por lo menos éste era el acervo histórico a mediados de los años 60, cuando en el panorama musical californiano emergieron de las sombras de los estudios de grabación tres nuevos talentos con una nueva visión de la música pop: Randy Newman, Van Dyke Parks y Ry Cooder, los tres protagonistas de este artículo. Y no es que estos artistas representasen el Hollywood Babilonia de Kenneth Anger, ni la sangrienta saga Mansoniana, o ni si quiera los flirteos con el ocultismo y lo satánico de Jagger y compañía en sus incursiones californianas. Sino más bien un reverso poco inteligible para la mayoría de sus coetáneos, una nueva forma de entender el lenguaje pop, de aproximarse a la prevalente concepción musical del momento. Randy Newman llegó a decir al respecto, que lo que pretendía era hacer música “como si los Rolling Stones no hubieran existido”. Nada de canciones pop de tarareables estribillos, sencillas letras sobre amores/desamores juveniles, y embellecedores arreglos, con una no menos apropiada producción buscando conectar lo mejor posible con el oyente (y potencial comprador). Lo que ellos buscaban era ensanchar horizontes, liberar de prejuicios los estándares del momento, llegar a una nueva frontera que comprendiera otros referentes también válidos para la concepción pop de la música.

Los Ángeles iba camino de convertirse, en poco menos de 6 años, en capital discográfica de Norteamérica y, por extensión, mundial. Pese a que las sedes de algunas de las compañías más importantes y poderosas permanecían aún en la Costa Este, Los Ángeles se ponía a la cabeza gracias sobre todo a sellos como Warner Brothers, que se iba a convertir en EL sello representativo de la ciudad en los primeros años 70. Para entonces la discográfica Reprise Records, fundada por Frank Sinatra en 1960, formaba ya parte del conglomerado Warner Brothers desde 1963, cuando WB pagó dos millones de dólares por 2/3 de la compañía (Sinatra conservó el tercio restante), cancelando así la deuda contraída por el sello que aún no había conseguido penetrar en el lucrativo mercado adolescente. Mo Ostin, al frente de Reprise, había transformado por completo una compañía que había crecido a la sombra de los éxitos de los miembros del Rat Pack –Sinatra, Sammy Davis Jr., Dean Martín-, encauzando su nuevo futuro hacia el mundo de la música pop. En septiembre de 1967, después de una histórica comparecencia en el festival de Monterrey, Are You Experienced?, el debut de Jimi Hendrix para Reprise, había alcanzado el quinto puesto en las listas americanas. Junto a Mo Ostin al frente del nuevo imperio estaba Joe Smith, responsable de Warner Brothers. Juntos transformarían WB-Reprise en una “compañía de rock”. Con la ayuda de un equipo de A&R –Artist & Repertoire- que incluía a gente como Andy Wickham (que había aprendido el oficio en Dunhill Records, la compañía de Lou Adler) y Lenny Waronker (hijo del fundador del sello Liberty Records, Si Waronker), WB-Reprise ofrecería al resto del mundo parte de la mejor música hecha en la costa oeste americana a finales de los 60 y principios de los 70, a la vez que proyectaba una imagen novedosa y actual, superpuesta de alguna forma a las dos caras hasta entonces conocidas de Hollywood Babilonia.

Las nuevas figuras de la emergente escena de cantautores surgidos del comunal y campestre vecindario de Laurel Canyon entre 1967 y 1968, que de alguna forma capitaneaban Neil Young y Joni Mitchell, formaban la nueva punta de lanza de la escena musical californiana. Tanto Neil como Joni habían sido fichados por Reprise en 1968, y posteriormente Van Morrison, Ramblin’ Jack Elliott, Arlo Guthrie o Tiny Tim, pasarían a formar parte del entramado WB-Reprise. Sin embargo, los dos “cantautores” que mejor representaban o personificaban el nuevo espíritu de la compañía eran Randy Newman y Van Dyke Parks, los dos chicos con gafas y en la sombra que ahora iban a ser el nuevo centro de atención. A ellos se añade Ry Cooder.

Las credenciales comerciales de Newman hasta ese momento consistían en haber arreglado el éxito de Harpers Bizarre’s “59th Street Bridge Song (Feelin’ Groovy)”, original de Paul Simon, mientras que Parks había producido la continuación de ese single, “Come To The Sunshine”, y para los Mojo Men su gran éxito “Sit Down, I Think I Love You”, una composición de Stephen Stills que ya interpretaban Buffalo Springfield. Como compositores ninguno de los dos había sido particularmente notorio hasta entonces. Newman había escrito canciones con y para Jackie DeShannon, y gente como Judy Collins o Alan Price habían interpretado y grabado sus composiciones, sin que grandes cosas ocurrieran por ello, todo hay que decirlo. Por su parte, Parks acababa de “sufrir” la experiencia de trabajar durante cuatro meses con Brian Wilson en la composición y grabación del disco-nunca-editado más famoso de la historia, Smile. Sus avanzadas ideas musicales eran el complemento ideal para la experimentación que Brian llevaba a cabo, y sus extraños textos eran la pesadilla de Mike Love, que no entendía para nada al joven Parks, y mucho menos lo que quería conseguir junto con su amigo Brian. Esta experiencia supondrá no sólo un reconocimiento del talento de Van Dyke Parks, sobre todo a nivel interno, dentro de la propia industria discográfica, sino también un auténtico aprendizaje de las técnicas del maestro Wilson.

Paradójicamente este nuevo concepto que Parks ya vislumbraba, muy poco tenía que ver con la imagen y la versión que de California habían proyectado hasta entonces los Beach Boys. Esa de la que hablamos al comienzo de estas líneas, cuyo negativo daba la impresión que Parks quisiera revelar.

Lenny (Leonard) Waronker no había producido un solo disco en su vida cuando en 1967 fichó a Van Dyke Parks para Warner Bros Records. Parks tenía entonces 22 años, y quería involucrarse, según sus propias palabras, “con un tipo de música que desde el entretenimiento enfatizase las pasiones políticas de la época... estaba menos interesado en la pura pose artística, que en rodearme de gente con talento que poseyese una obsesión similar a la mía por la técnica de estudio.” Tanto Lenny como Parks compartían gusto por la música de los años 30 y 40, por George Gershwin y Cole Porter, y por preservar a la vez que reivindicar toda la tradición musical que les precedía. Todo ello muy poco “hip” por aquel entonces. Como admite Parks, el ulterior motivo por el que Waronker le fichó fue por lo que Parks había aprendido de Brian Wilson, y desde luego esto le parecía una garantía suficiente, como lo demuestra el impresionante presupuesto que puso a su disposición para la grabación del fabulosamente complejo Song Cycle. Sin embargo, lo primero que hicieron juntos fue una versión del tema “Colours” de Donovan. Apareció en un sencillo bajo el pseudónimo de George Washington Brown, “para evitar a mi familia las vulgaridades de la fama”, recuerda divertido Parks. No ocurrió absolutamente nada durante un tiempo, hasta que Richard Goldstein escribió una positiva reseña en el Village Voice. Entonces sí se generó cierto interés y expectación, por lo que se iniciaron las sesiones de grabación de lo que sería el primer LP en solitario de Van Dyke Parks, Song Cycle. Para ello se vio arropado por lo mejor de los músicos de sesión de L.A., desde Earl Palmer o Hal Blaine a Tommy Tedesco o Ron Elliot (Beau Brummels), pasando por su amigo Randy Newman que toca el piano en una composición propia que había hecho especialmente para este disco, “Vine Street”.


El disco fue editado por Warner en 1968, a la vez que una imaginativa, y cuando menos sorprendente, campaña promocional (concebida por Stan Cornyn, ejecutivo/ideólogo de la casa) intentaba lo imposible. “Cómo perdimos $39.509,50 en el álbum del año (maldita sea)”, rezaba el anuncio aparecido en la revista Rolling Stone. El disco apenas vendió, pero a cambio Parks se ganó el favor y la admiración de la primera generación de críticos de música rock, consiguió salir en la revista Vogue, y que Song Cycle fuese elegido álbum del año por la revista Hi-Fi Stereo Review. Y realmente qué difícil se hace definir o describir si quiera la riqueza que encierra Song Cycle. Temáticamente su intención era crear un álbum conceptual sobre Hollywood y Baja California, que ejercían sobre él una profunda fascinación. Una idea que había alumbrado tiempo atrás ya que de hecho llevaba trabajando en algunos temas desde 1964. De alguna manera, la intención de Parks era narrar la experiencia que de niño experimentó cuando desde su pueblo natal en el medio oeste americano, viaja a Los Ángeles para participar en la película The Swan, dirigida por King Vidor en 1956, y que supuso la última aparición en pantalla de Grace Kelly, antes de convertirse en princesa. “Quería capturar la noción de California como el Jardín del Edén y la tierra de las oportunidades. Significaba mucho para mí: ¿qué era este sitio?, ¿en que se ha convertido?, ¿en qué se convertirá?, y ¿qué significa estar aquí?”.

Los críticos se volvieron locos con el disco, acogieron a Parks como un nuevo Gershwin, y alabaron su visión completa e innovadora de la música Americana del siglo XX. Sandy Pearlman y Richard Meltzer, lo ensalzaban como la obra cumbre del Muzak. Parks por su parte, no pretendía otra cosa que llevar un paso más allá la concepción del Smile: la compleja y densa instrumentación y las crípticas letras (basadas en la libre asociación de ideas, e influenciadas por las maneras literarias de James Joyce) llevaban a Song Cycle a ese nuevo lugar imaginado por Parks. “Me metí en un montón de problemas por el disco, pero creo que dejé fascinados a los músicos, mostrándoles algunas de las posibles aproximaciones a los nuevos equipamientos de grabación en 8 pistas. Supongo que un novelista se hubiera salido con la suya, pero en la música si algo no satisface la libido entonces pasa a ser tabú.”

Fue también Lenny Waronker quién asumió la responsabilidad de fichar en agosto de 1967 a Randy Newman, su viejo amigo de la niñez, para Warner Bros. Ambos habían coincidido en Metric Music, la editora musical, donde ejercieron de compositores a sueldo. Pero Randy no deseaba convertirse en una estrella, o siquiera iniciar una carrera como solista. “No creo que nunca estuviese ansioso por tener éxito, ya que nunca fui realmente pobre”, comenta al respecto Newman. Y es que Randy era descendiente de una saga de reconocidos músicos: su tío era nada menos que Alfred Newman, el excelso compositor de bandas sonoras que trabajaba con todos los grandes en los estudios de Hollywood. Además Randy había estudiado durante cuatro años música en UCLA. Waronker estaba tan seguro del talento de su amigo que no pestañeó lo más mínimo a la hora de explotar la amistad que los unía desde niños para poder mantener a raya a la discográfica A&M que ofrecía a Newman un avance de 10.000 dólares si fichaba por ellos.

Coproducido por Waronker y Van Dyke Parks Randy Newman, el homónimo debut del “reconvertido” a cantautor ve la luz en 1968. Suntuosamente orquestado y arreglado, poco o nada lo relaciona con sus coetáneos, la emergente generación de cantautores californianos impacientes por contar y airear sus angustias existenciales y minucias personales. Temáticamente Newman no tenía ningún interés en cantar sobre sí mismo. Y por otro lado, el disco delataba una de las influencias más apreciables en la música de Newman, la tradición del Tin Pan Alley, que poco tenía que ver con el pop, rock o country, que la generación de Laurel Canyon tomaba como base de sus manifiestos sonoros. Por el contrario, la atmósfera de libertad creativa a la que estuvo sometida la grabación del disco queda mejor resumida en las siguientes palabras de Van Dyke Parks: “Tomé parte muy activa en apoyar la excelencia del material de Randy. Para “Linda”, por ejemplo, sugerí tomar prestada una idea de la partitura de su tío Alfred para “Carrusel”. Fue una época maravillosa para experimentar en la música pop.” Todo lo que a lo largo de la dilatada y sobresaliente carrera musical de Randy Newman ha sido su sello distintivo, su marca de fábrica, ya lo podemos encontrar en este primer álbum: su fijación por la America media en el tema “The Beehive State”, su modulada melancolía en “I Think It’s Going To Rain Today” y “Living Without You”, la aparición de lo grotesco en “Davy The Fat Boy” y en “Laughing Boy”. Un universo propio y único que, como hemos dicho, no tenía nada que ver con las preocupaciones que parecían ocupar a sus contemporáneos.

Esta rabiosa individualidad tanto de Parks como de Newman, y la dificultad de asimilarlos a las corrientes musicales del momento, tuvieron sin duda mucho que ver en el rotundo fracaso comercial de sus discos. Ambos crearon, en palabras de Stan Cornyn en las notas del disco, “algo nuevo bajo el sol”. El problema es que tal vez nadie estaba escuchando. Nadie, o muy pocos, vaya, estaban preparados para ello. Por eso cuando se dispuso que Randy grabase su segundo disco, Lenny Waronker prefirió ejercer de productor en solitario, y dejar a Van Dyke Parks al margen, buscando así una aproximación más “asequible” para atraer de esta forma a ese potencial público que sin duda Newman poseía. 12 Songs fue el resultado de ello, un disco más enraizado en los sonidos del momento, y del que Three Dog Night extrajeron “Mama Told Me Not to Come” para llevarlo al número 1 en junio de 1970. Aún así, 12 Songs no le ponía las cosas fáciles tampoco al oyente incauto. Canciones como “Suzanne”, narrada en primera persona por un violador que va siguiendo los pasos de su víctima, o el cover de “Underneath The Harlem Moon”, que confrontaba el tema del racismo hablando de “morenitos”, no eran precisamente lo que un fan de Joni Mitchell esperaba oír.

Por su parte Parks, después del fracaso de Song Cycle, se dispuso a “subsumir sus propias metas artísticas a los intereses de otros artistas.” Junto a Lenny Waronker produjo y arregló álbumes para Arlo Guthrie, los Beau Brummels, Tom Northcott o Gordon Lightfoot, creando lo que posteriormente alguien llamó el “sonido Burbank” (sede del emporio WB), que en palabras de Parks estaba caracterizado por una “marcada sensibilidad melódica con apropiado acompañamiento de cuerdas.” Sin embargo, aún hemos de recuperarle para nuestra historia, pues es el enlace necesario para continuarla en su último capítulo: Ry Cooder.

Lenny Waronker fichó a Ry Cooder después de quedar muy impresionado por su trabajo en la banda sonora de la película Performance (compuesta por Jack Nitzsche). El ex guitarrista de los Rising Sons –el seminal grupo que formó junto a Taj Mahal, Jesse Lee Kincaid, Kevin Kelley y Gary Marker, a mediados de los 60-, y la Magic Band, no era exactamente un cantautor, pero su aproximación a la música tradicional americana resumía la forma en que muchos músicos de Los Ángeles estaban redescubriendo el blues, el gospel y la música hillbilly.

Su poco ortodoxa, pero erudita, visión queda reflejada en Ry Cooder, su prodigioso debut discográfico publicado por Reprise en 1970. Producido por el tándem Waronker/Parks, y compuesto en su mayoría por relecturas de clásicos como “Do Re Mi” (Woody Guthrie), “How Can A Poor Man Stand Such Times And Live” (“Blind” Alfred Reed) o “Dark Is The Night” (Blind Willie Johnson), el conjunto le situaba a muchas millas de los demás tradicionalistas coetáneos, y por supuesto de los integrantes de la escena de Laurel Canyon. Lo cual inmediatamente le ponía, a su vez y en lo que a nuestro estudio respecta, en el mismo terreno que Parks y Newman habían pisado un par de años atrás. El nexo era evidente: Parks producía y tocaba el piano, y Newman le había cedido “My Old Kentucky Home (Turpentine And Dandelion Wine)”, otra de sus peculiares miradas a la America suburbana y rural. Además Reprise editaba el álbum. En 1972 Ry Cooder rememoraba la génesis de este álbum, “En Warner me dieron rienda suelta para hacer ese tipo de música. Aquel primer disco era muy experimental y un poco endeble. Nunca había hecho una cosa así, y realmente no tenía en mi cabeza ninguna dirección concreta. Por momentos era caótico, pero había muy buenas cosas ahí.”

Parks, Newman y Cooder definían la sensibilidad de Lenny Waronker, que se convirtió en cabeza de la sección de A&R de Warner-Reprise en junio de 1971. Pero eso no significaba necesariamente que las arcas de la compañía su fueran a llenar. De forma que mientras estos “artistas de prestigio” continuaron haciendo maravillosos discos, Mo Ostin y Joe Smith siguieron buscando y fichando nuevos nombres que les ayudasen a situar a la compañía a la cabeza de la industria, junto a sus sempiternos competidores en Columbia. Así James Taylor, America, Alice Cooper, Gordon Lightfoot o los Doobie Brothers pasaron a formar parte del entramado Warner-Reprise, pero también, forzados a ampliar miras, incorporaron a la plantilla a grupos tan lejanos estilísticamente como Black Sabbath o Jethro Tull. Y después la década de los 70 se les echó encima y ya nada sería como antes. Pero esa ya es otra historia. La nuestra contaba los maravillosos momentos en que, efectivamente, unos pocos artistas lograron crear algo nuevo bajo el sol.

Saturday, September 20, 2008

My Beautiful Reward (para Lucas)



Well I sought gold and diamond rings
My own drug to ease the pain that living brings
Walked from the mountain to the valley floor
Searching for my beautiful reward
Searching for my beautiful reward

From a house on a hill a sacred light shines
I walk through these rooms but none of them are mine
Down empty hallways I went from door to door
Searching for my beautiful reward
Searching for my beautiful reward

Well your hair shone in the sun
I was so high I was the lucky one
Then I came crashing down like a drunk on a barroom floor
Searching for my beautiful reward
Searching for my beautiful reward

Tonight I can feel the cold wind at my back
I'm flyin' high over gray fields my feathers long and Black
Down along the river's silent edge I soar
Searching for my beautiful reward
Searching for my beautiful reward

Los Grupos de Chicas – Breve Historia de un Sonido

Era otra época, sin duda. En todos los aspectos. Me refiero a los primeros años 60, cuando se produce el apogeo de ese género musical que se ha venido a denominar como "sonido de grupos de chicas". Por aquel entonces, para entendernos el periodo que va de 1959 a 1964 –si tomamos como hitos de separación las muertes de Buddy Holly, Richie Valens y The Big Bopper en accidente de aviación (febrero de 1959), y la invasión británica encabezada por los Beatles (1964)- Norteamérica vivió un fértil lapso de creatividad musical. Desde California la música surf comenzaba a extenderse por toda la nación, mientras que en Detroit la factoría Motown creaba un sonido único que conquistaría las ondas de medio mundo, y el sello Atlantic, con sede en Nueva York, editaba los clásicos discos de The Drifters, Ray Charles, The Coasters, Solomon Burke o Ben E. King. En general, en todo el país se producía música que ya difícilmente era encajable en las categorías preeminentes hasta entonces: rockabilly, rhythm & blues, doo-woop y rock ‘n’ roll. ¿Dónde meter a artistas como Del Shannon, Sam Cooke, Gary U.S. Bonds, Roy Orbison, los Everly Brothers, Jackie Wilson, Gene Pitney, los Isley Brothers, Dion, los Four Seasons, los Beach Boys, y un largo, y maravilloso, etc.?

En medio de este panorama, y junto a los denominados "teen-idols" (los Fabian, Frankie Avalon, Bobby Rydell, etc.), los grupos de chicas fueron el único genero que completó su periodo vital (nacimiento, auge, y caída), en los primeros años sesenta, facilitando de paso la transformación definitiva de una industria discográfica muy diferente a partir de entonces.

Pero antes de seguir conviene efectuar una pequeña precisión semántica, para no perdernos antes de tiempo. ¿Qué entendemos por grupos de chicas? Así se ha denominado este género porque, lógicamente, se trataba de grupos formados por chicas. Sin embargo, no era éste el único rasgo definitorio, sino un elemento más que configuraba un estilo caracterizado por un sonido muy definido, unas letras también especiales, y una organización empresarial sui generis. Todo ello articuló un fenómeno que con el tiempo ha devenido tan significativo, influyente y duradero como cualquiera otra de las muchas mutaciones del rock‘n’roll. Un género que, como hemos dicho, nació, se desarrolló, y alcanzó su zenith en un corto periodo de tiempo, apenas 3-4 años.

Y haciendo un esfuerzo de concreción geográfica, podríamos decir que, sobre todo, el sonido de grupos de chicas tuvo su sede principal en Nueva York, de donde no sólo surgieron algunos de los grupos más significativos, sino que además era la ciudad que acogía a la mayoría de la industria que aportaría la infraestructura necesaria para su éxito. Compañías discográficas, estaciones de radio, distribuidoras y, sobre todo, un elenco humano configurado por compositores, músicos de sesión, arreglistas y productores que constituiría la columna vertebral de este fenómeno. Gracias a ellos podemos hablar de un sonido de grupos de chicas. Tanto es así que, confundiendo casi la parte con el todo, hablar del Brill Building –el edificio situado en el 1619 de Broadway, Nueva York, donde se daban cita y trabajaban gran parte de ese personal-, es tanto como decir sonido de grupos de chicas. (Si bien conviene aquí precisar que, en realidad, la gran mayoría de artífices del sonido de grupos de chicas trabajaban al otro lado de la calle, concretamente en el 1650 de Broadway).

Cronológicamente hablando, el primer ejemplo de grupo de chicas que según la definición anterior podemos considerar sería el de The Chantels. Un conjunto que marcaba, en líneas generales, el modelo que como precedente inmediato e inspirador de la explosión posterior, sería reproducido hasta la saciedad por los grupos que catapultaron este sonido a lo más lato de las listas de éxitos. Formado por cinco compañeras de clase de un instituto del Bronx, en Nueva York, el grupo pronto llamó la atención de Richard Barrett, un cantante, compositor y productor al servicio de uno de los empresarios discográficos más en importantes del momento, George Goldner. Éste había puesto en funcionamiento a lo largo de los años 50 multitud de pequeños sellos discográficos (entre otros muchos, Tico, Rama, Gee o Gone) que sacaban a la luz a una gran cantidad de grupos de r&b, doo-woop y rockabilly, sobre todo del área de Nueva York. Bajo la supervisión de Barrett, y en un nuevo sello creado ex -profeso por Goldner, End Records, The Chantels editaron su primer sencillo, "He’s Gone". Pero fue con el tema "Maybe", su segundo sencillo editado a comienzos de 1958, con el que las Chantels alcanzarían la fama. Y con ellas completamos grosso modo la fórmula de nuestro fenómeno: el grupo de chicas (muy jóvenes, adolescentes) – la imagen-, el productor y compositor –el sonido-, y el capo discográfico independiente (las multis, afortunadamente, eran cosa del futuro aún) –el negocio-.

Y si las Chantels fueron el primer grupo de chicas, entonces The Shirelles serían el primer gran grupo de chicas, con canciones como "I Met Him On A Sunday" (su primer single, escrito por ellas mismas), "Dedicated To The One I Love", "Tonight’s The Night" y, sobre todo, "Will You Still Love Me Tomorrow". Con este último tema consiguieron a finales de 1960 un nº 1 no solo en los USA, sino en el resto del mundo, marcando las pautas a seguir y el canon tanto en imagen y como en sonido por toda la serie de grupos que surgieron a su albur. Este tema fue además el primer gran éxito de su autora, que pasaría a ser una de las compositoras (junto a su marido Gerry Goffin) más prolíficas y geniales de esta nueva era: Carole King, y aportaba el sustrato definitivamente pop de este nuevo y excitante sonido.


The Paris Sisters

Sin duda alguna, un aspecto fundamental en el sonido de grupos de chicas era, junto a la imagen de los conjuntos, las letras de las canciones. No hay que olvidar que América era entonces un país muy diferente, y el optimismo hacia el futuro que representó la elección de John F. Kennedy como Presidente, no podía dejar de tener su reflejo en muchas de las manifestaciones artísticas del momento. Aparentemente las cosas resultaban entonces más sencillas, naturales, inocentes, menos artificiosas y afectadas, y la diferencia entre lo bueno y lo malo estaba clara. Y ciertamente, cuando eclosionaron comercialmente los grupos compuestos exclusivamente por chicas, así era todo. La narrativa resulta ahora, vista con ojos del siglo XXI, de todo punto naif e inocente, letras inofensivas, en su mayoría, y que hoy casi nos hacen sonrojar. Pero entonces eran el vehículo perfecto para retratar los rifirrafes sentimentales de toda una generación de adolescentes. Escenificaciones teatrales de melodramas adolescentes, que comprendían enamoramientos, rupturas, reconciliaciones, dudas, celos e incluso casamientos. O si se prefiere, traiciones, corazones rotos, chicos rebeldes, e incomprensión social a raudales. En su mayoría abordados desde la perspectiva femenina, y a pesar de que sus compositores tuvieron que hacer frente a que les acusasen de superficiales, las letras expresaban en el fondo una querencia por una vida mejor y no excluían en algunas ocasiones interesantes reflexiones sobre las relaciones de pareja, e incluso las convenciones sociales preeminentes.

Pero sobre todo, claro está, lo que definía al sonido de grupos de chicas era, precisamente, un sonido muy concreto y nuevo, que tomaba elementos del sonido vocal de la música doo woop, del R&B negro, la escuela de producción Leiber & Stoller (Coasters, Drifters...), y el pop blanco, convirtiéndose todo en la perfecta canción pop de chicas. Y en la creación y desarrollo de ese sonido intervinieron los que, junto a los propios grupos, serían los verdaderos artífices de todo el fenómeno: toda una plétora de compositores, productores, arreglistas, empresarios y músicos. Entre los primeros, podríamos destacar sobre todo las parejas de compositores formadas por Jeff Barry y Ellie Greenwich, Barry Mann y Cynthia Weil o los ya mencionados Carole King y Gerry Goffin. Y de entre los segundos a Phil Spector, Jerry Leiber y Mike Stoller, o George "Shadow" Morton. Además, no podemos dejar de citar a los dos sellos discográficos más representativos de este sonido: Philles Records y Red Bird. Ambos basaron su catálogo, casi exclusivamente, en grupos de chicas, aplicando sus propias técnicas de producción en cadena. Phil Spector, el primer magnate adolescente (Tom Wolfe dixit), fundador y mandamás de Philles, se sirvió para crear su célebre "Wall Of Sound" de los mejores músicos de sesión de Los Ángeles, las mejores parejas de compositores (Barry/Greenwich, Mann/Weil, Poncia/Andreoli, Goffin/King) y de su único y omnisciente talento, para modelar las sinfonías adolescentes de las Crystals, Bob B Soxx & The Blue Jeans, las Ronettes y Darlene Love. Por su parte, Red Bird Records era obra y gracia de los inquietos Jerry Leiber y Mike Stoller, quienes operando desde Nueva York, editaron a las Dixie Cups, las Jelly Beans, y las Shangri-Las, entre otros. Mientras que Leiber y Stoller se preocupaban más del aspecto mercantil del negocio, el peso artístico recayó, sobre todo, en Jeff Barry y Ellie Greenwich que como compositores principales (también producían y arreglaban), se encargaron de convertir a Red Bird en una de las compañías independientes con más éxito del momento, y no sólo dentro del terreno de los grupos de chicas. Además, la propia Ellie Greenwich descubrió para Red Bird a George "Shadow" Morton, un peculiar talento que catapultó a las Shangri-Las a lo más alto con su grandilocuente y melodramática concepción del pop. Temas como “Leader of The Pack”, "Dressed In Black", "Past, Present And Future" o "I Can Never Go Home Anymore" no sólo no tenían parangón alguno entre sus contemporáneos, sino que establecieron un standard no igualado hasta hoy, consagrando a las Shangai-Las como uno de los íconos rock más perdurables y aceptados.

Y es inevitable mencionar nombres y canciones que definen uno de los primeros estilos puramente pop que se desarrollaron. Además de las antedichas tendríamos a The Chiffons ("He’s So Fine", "One Fine Day"), Lesley Gore ("It’s My Party", "Maybe I Know"), The Cookies ("Chains"), Little Eva ("Locomotion"), Dee Dee Sharp ("Mashed Potato Time"), Claudine Clark ("Party Lights"), The Paris Sisters ("I Love How You Love Me"), The Raindrops ("The Kind Of Boy You Can’t Forget"), The Angels ("My Boyfriend’s Back"), Reparata and the Delrons ("Whenever A Teenager Cries"), The Exciters ("Tell Him", "He’s Got The Power"), … Y estos son solo algunos de los nombres más representativos, porque en poco tiempo y por todo el país comenzaron a surgir innumerables conjuntos de chicas que, en general, y con mayor acierto que desacierto, imitaban el sonido de estos grupos, generando en el camino una larga lista de éxitos menores –y otros ni siquiera eso- muy apreciados por los coleccionistas y amantes del género, y que evidencian la gran salud y la enorme repercusión que en todo el país tuvieron los grupos de chicas. De hecho, el fenómeno de los grupos de chicas americanos tuvo su contrapartida principal en el Reino Unido, donde surgieron un buen número de conjuntos y solistas que adaptaban a la perfección el estilo de sus contrapartes. Desde Dusty Springfield, P.P.Arnold o Sandi Shaw a las Breakaways, The McKenleys o Vernons Girls, por citar sólo alguno de los nombres de una escena que de por sí nos daría para largo.

Pero, tarde o temprano, todo llega a su final, y de forma casi invariable la "Invasión Británica" (1964, el año de la Beatlemanía) ha sido señalada como la causa inmediata del final del sonido de grupos de chicas. Pero más bien, habría que hablar de un conjunto de factores y acontecimientos, invasión incluida, que desembocaron últimamente en el colapso del fenómeno de los grupos de chicas. Entre ellos, y tal vez el más importante, lo constituiría la aparición de grupos y artistas que componían e interpretaban su propio material, lo que dejaba la cadena de producción de los grupos de chicas tocada en su misma base. Además, otros géneros musicales fueron acaparando el interés de los adolescentes y público en general, que dio la espalda así a un género que, por otra parte, había cumplido ya su ciclo vital. Y tal vez lo más decisivo resultó ser el abandono que el género sufrió por sus mismos creadores, a los que sobrevinieron otras circunstancias personales y artísticas que desviaron su atención hacia otros campos… En definitiva, los tiempos no dejaban de cambiar, y lo que hasta hace poco parecía claro y cristalino, hoy tornaba en un mar de matices y claroscuros. Comenzaba la segunda mitad de una década que viviría aún muchos cambios y convulsiones sociales y culturales. Pero ahí queda, sin embargo, el legado de un género cuyos resultados artísticos todavía sorprenden por sus altas cotas de maestría, y cuya influencia se puede sentir en grupos actuales tan dispares como Goldfrapp, Shakespeare’s Sister o The Donnas.


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Notas sobre las fotos: En la primera vemos a Les Girls (Valerie Simpson, Jean Thomas, Ellie Greenwich y Mikie Harris) en el estudio en 1967. En la siguiente, las Shangri-Las y Reparata & The Delrons. Después de las Paris Sisters, tenemos a Larry Levine y Phil Spector trabajando en los estudios Gold Star de Los Angeles; y finalmente el mítico Brill Building, en el 1619 de Broadway, NYC.

Wednesday, June 25, 2008

COUNTRY SOUL – Primera parte: lecturas imprescindibles

A lo largo de la vida del aficionado a la música uno pasa por muy diversas fases. Creo que convendremos en que las primeras son aquellas que dejan una huella más profunda a todos los niveles, sobre todo porque son esos primeros fogonazos los que marcarán y condicionarán a corto y medio plazo nuestra orientación musical. E indudablemente ésta nos puede desviar o alejar de otros caminos, o llevarnos a un mismo destino pero por el camino más largo.

Desgraciadamente la música negra, en general, no era una prioridad en los más inmediatos intereses de aquel joven aficionado que fui. Sí, estaban los Miracles y Redding, Cooke y los Drifters, pero en general la aproximación era excesivamente selectiva y superficial. Sin embargo, con el paso del tiempo, uno va atreviéndose con los géneros o estilos que poco o ningún interés revestían inicialmente. Aunque a veces a una velocidad exasperantemente lenta -yo siempre prefería hacerme con un disco más de Love que con uno de los Temptations-, lo cierto es que al final uno acabó entrando de lleno en aquello que llamábamos “música negra” o, más precisamente, y en este caso música soul.

Y ocurre que la emoción de esos primeros descubrimientos musicales, tan urgente y absorbente, fascinante y embriagadora, fue lo que experimenté cuando, poco a poco, fui uniendo y relacionando las distintas partes de lo que ha venido en denominarse “country soul”, la música que durante los años 60 y hasta primeros de los 70 se fraguó en el Sur de Estados Unidos, principalmente en una serie de legendarios estudios del área de Muscle Shoals (Muscle Shoals no es sino el mayor de cuatro pueblos –junto a Florence, Sheffield y Tuscumbia- situados en un rincón al noroeste del estado de Alabama) y la cercana ciudad de Memphis (Tennessee). Primero fuimos descubriendo las canciones, luego sus compositores (blancos, en su mayoría), la relación entre éstos y los interpretes (negros), los músicos, arreglistas y productores (blancos y negros), y finalmente fuimos conociendo como el legado musical que unos y otros llevaban consigo –estamos hablando de la música country, por un lado, y el blues y gospel, por otro- ni eran tan antagónicos como pudiera parecer, ni las diferencias sociales y raciales que los mantenían aparentemente separados tan fuertes como para no dar fruto en lo que más tarde se llamó “country soul”.

Por poner algunos nombres a todo esto: Dan Penn, Spooner Oldham, Eddie Hinton, Donnie Fritts, Chips Moman, Irma Thomas, Percy Sledge, Aretha Franklin, James Carr, Arthur Alexander, Joe Tex, Bobby “Blue” Bland, Solomon Burke, Otis Redding… ¿Pillas la idea?

Queríamos empezar esta serie de entradas que vamos a dedicar a este sonido reseñando los que se pueden considerar como las dos piezas bibliográficas fundamentales para cualquiera aficionado con un mínimo interés en el asunto. Desde un plano más amplio y general SWEET SOUL MUSIC, de Peter Guralnick, se erige como una de las grandes obras escritas sobre la música popular americana en el siglo XX, y junto a “Feel Like Going Home” y “Lost Highway” forma una trilogía imprescindible sobre el blues, el rockabilly/country y el soul. Guralnick es el autor también de las dos imprescindibles obras que sobre Elvis Presley se acaban de traducir al castellano, “Last Traint to Memphis” y “Careless Love”. Sweet Soul Music es una obra totalmente pionera en la materia, tanto por el tratamiento global del fenómeno de la música soul de los años 60, como por lo minucioso, revelador y lúcido que resulta. Publicada originalmente en 1986 recoge el trabajo que a lo largo de más de cuatro años le llevó de Los Angeles a Mississippi, y de Georgia a New York, Alabama, Philadelphia y Tennessee, y a entrevistar a literalmente cientos de personajes para trazar la historia de este movimiento musical y el entorno social en el que se desarrolló. Dividido en doce capítulos, más una introducción y un epílogo, el texto va avanzando primero temporalmente, con los “comienzos” del género (mediados de los 50, primeros sesenta), para poco a poco ir examinando en paralelo las distintas escenas y personajes centrales de la historia: de Solomon Burke a Aretha Franklin, pasando por los sellos, los estudios… el periodo de máximo esplendor de los años 65-66, para llegar a primeros de los 70 sin apenas ya fuerza ni energía. Una curva temporal que compartiría, y no casualmente, con la del Movimiento de Derechos Civiles. La lectura resulta tan apasionante que resulta difícil dejarla y constituye una guía esencial tanto para el iniciado como para el neófito (incluye una útil discografía esencial

Por su parte SAY IT ONE MORE TIME FOR THE BROKENHEARTED de Barney Hoskyns apareció originalmente en 1987 y hoy se encuentra disponible en una edición revisada de 1998. Menos ambicioso que Sweet Soul Music, en cuanto que se centra en el “country soul”, resulta igualmente esencial. Hoskyns utiliza una estructura similar a la empleada por Guralnick: una sesuda introducción sobre la interrelación entre las tradiciones musicales blanca y negra, las distintas escenas (Memphis, Muscle Shoals y Nashville) y sus principales actores (músicos, compositores, cantentes…) y termina a comienzos de los años 70 con el “final del sueño”. Mención aparte merecen las fotografías contenidas en el libro. Encargadas ex profeso para este trabajo son obra de Mur MacKean, quién junto a Hoskyns se embarcó en 1985 en un viaje de tres meses de duración que les llevó por los principales hitos geográficos (todos los citados hasta ahora), consiguiendo entrevistarse con todos los principales personajes de esta apasionante historia. Por tanto y en lo que aquí nos ocupa, el country soul, Say It One More Time… se nos antoja obligatorio.


Y como uno piensa que no hay mejor manera de expresarlo, le cedo la última palabra a Barney Hoskyns: “Recuerdo que hubo un punto de inflexión para mí cuando empecé a escuchar más ávidamente baladas que uptempo soul songs. Había un tipo de balada soul sureña que me obsesionaba: normalmente en tiempo de 6/8, con increíbles líneas de voz gospel sobre un acompañamiento preciso y comedido. Más y más de estas canciones se revelaron como temas country, o canciones escritas por hombres blancos como Dan Penn y Spooner Oldham. Quería saber tanto de Penn y Oldham como de James Carr y Bettye Swann. Quería conocer cosas sobre Eddie Hinton, al que presuponía negro. Y quería ir a los estudios Fame en Muscle Shoals, Alabama y estar en la misma instancia donde Aretha Franklin grabó “I Never Loved A Man (The Way I Love You)”… Créeme, si nunca llegas a escuchar a James Carr cantando “That’s The Way Love Turned Out For Me” tu vida será mucho más pobre por ello.”

Saturday, May 31, 2008

DION: Los años en Columbia y el disco perdido de folk-rock (1962-1965)

Lo comentábamos al hablar de la edición de “Home & Away” de Del Shannon, el exquisito sello inglés Ace realizaba a juicio de Otoño Cheyenne una de las más meritorias reediciones aparecidas en 2007, la que recuperaba el álbum “Dion” aparecido originalmente en el sello Laurie en 1969. Con este disco Dion volvía a las listas de éxitos gracias al tema “Abraham, Martin And John”, después de unos años de ausencia de las mismas, a la vez que ponía fin a su relación con el sello Columbia y a una etapa de desiguales resultados en lo artístico y comercial. Afortunadamente esta época también está hoy bien documentada gracias a una serie de ediciones que han ido apareciendo en los últimos años, y de ella nos vamos a ocupar esta vez.

Columbia Records era a comienzos de los años 60 uno de los gigantes de la industria discográfica, aunque su fuerte entonces no era el rock’n’roll precisamente. Sí en cambio toda una serie de artistas que lo despojaban de su alma para hacerlo asequible a la bien pensante masa –y a la propia industria por el mismo precio-, además de las clásicas secciones de la casa, bien surtidas de artistas de música jazz, country y música melódica, estilos que verdaderamente constituían la columna vertebral sobre la que se sustentaba el sello. La amenaza del rock’n’roll se cernía pues sobre una industria temerosa, que desconocía hasta qué punto y de qué manera le podía afectar. El hecho es que, presagiando el cambio que se avecinaba y queriendo tomar posiciones antes de que fuera demasiado tarde, Columbia apostó por Dion para que de alguna manera les introdujera en este incierto nuevo mercado. Cierto que Columbia había fichado casi un año antes a un joven Bob Dylan, pero éste era aún una relativamente desconocida promesa, mientras que Dion, toda una estrella ya entonces, se convertiría en el artista mejor pagado del sello.

Es un auténtico deleite contemplar las fotos que adornan el libreto que acompaña a la retrospectiva "The Road I’m On" que, de forma tan generosa, repasa la poco conocida etapa en que Dion fue un “Columbia recording artist”. Son instantáneas tomadas en el Studio A que la discográfica Columbia tenía en Nueva York, en el número 779 de la Séptima Avenida,muy cerca del Brill Building. Dion aparece entre músicos y en solitario, acompañado con su guitarra, o cantando ante un micrófono. Desde la primera toma, que data de 1962, hasta la última, tomada tres años más tarde, se nos presenta a un Dion elegante, impecable, pero despojado de la rigurosa corbata que normalmente lucía con los Belmonts o los Del Satins, y en cierto modo buscando distanciarse de esa imagen para adolescentes que se había labrado hasta entonces. Así la instantánea de Dion en 1965, con gafas negras y barba, el pelo engominado y guitarra en ristre, es ya la de un músico en el comienzo de una carrera en busca de su verdadera identidad artística, la que junto a su etapa anterior, le ha convertido hoy en día en uno de los artistas más admirados y respetados de su generación.

Estilísticamente, casi podíamos dividir en tres apartados el total de la producción de Dion para Columbia entre 1962 y 1965. Tres LP’s y un puñado de singles que abarcan un curioso abanico de canción melódica estilo doo-wop con la que Columbia pretendía amortizar su inversión, el blues y folk-rock. Pese a que consiguió grandes resultados en el primero de los apartados, es en sus inmersiones en el blues y el folk-rock donde Dion consigue sus más importantes logros artísticos.

Los primeros esfuerzos creativos de este nuevo periodo en la carrera de nuestro hombre, están contenidos en el álbum Ruby Baby, editado en 1963. El clásico tema escrito por Leiber y Stoller y que los Drifters interpretaron con Johnny Moore como voz solista en 1955, es un muy buen indicador de por dónde van los tiros de este “nuevo” Dion. Voz bluesera, guitarra acústica, un mínimo acompañamiento percusivo, coros y una buena dosis de palmas, para insuflar nueva vida a este clásico tema. El enganche estilístico con su etapa anterior aún se mantiene, pero comienzan a adivinarse exploraciones en territorios vírgenes hasta entonces. Así, el álbum contiene una trepidante versión del clásico “Fever”, las originales “Will Love Ever Come My Way” y “Gonna Make It Alone”, en las que, efectivamente, comprobamos claramente esta nueva aproximación. Pero Columbia no renuncia a incluir otros temas de un repertorio más previsible para su estrella, como “Go Away Little Girl”, “My May” o “You Made Me Love You”. Mucho más centrado y coherente resulta su siguiente disco, Donna The Prima Donna (1963). Por lo menos la selección de temas resulta más apropiada, y junto al clásico que da título al álbum, original de Dion y Ernie Maresca y que sigue la estela doo-wop que tanto amaba Dion, hay tremendas canciones como las versiones “This Little Girl” (Goffin/King) o “Can’t We Be Sweethearts”. Todo lo cual hizo que 1963 fuera un año de tremendo éxito para Dion, que consiguió meter nada menos que tres temas en el top-10.

Pero la situación cambiaría bastante cuando al año siguiente Dion desaparece prácticamente de la escena. Su adicción a la heroína se hace más preocupante, y Dion comienza a luchar contra ella. Esta nueva etapa vital coincidirá con una más profunda inflexión en el giro estilístico que su carrera estaba tomando. Con posterioridad, alguien, muy acertadamente, acuñó el término “Bronx Blues”, para definir el recorrido que trazó Dion en toda esta segunda etapa en Columbia. Efectivamente, gran parte del numeroso material que Dion registró desde finales de 1963 hasta comienzos de 1965, está marcado por su amor por el blues de Robert Johnson, Willie Dixon o Lightin’ Hopkins. Pero también por el rock primigenio de Chuck Berry, el country desesperado de Hank Williams, o la música folk de Woody Guthrie. Todo ello sumado a la experiencia callejera neoyorquina de Dion, su pasado inmediato, y su particular forma de apropiarse hasta hacer suyas estas formas musicales, confluyeron en ese Bronx blues del que Dion sin lugar a dudas se convirtió en rey absoluto. Así nos encontramos con un repertorio ajeno que Dion hace propio con gran facilidad, redefiniendo clásicos como “Baby Please Don’t Go”, “900 Miles”, “Chicago Blues”, “Too Much Junkie Business”, “I’m Your Hoochie Coochie Man”, “Spoonful”, “Katie Mae” o “You Can’t Judge A Book By The Cover”. Algunos de estos temas, y otros muchos, permanecieron inéditos en su día, y los menos vieron la luz a través de una plétora de sencillos que fueron apareciendo en 1964 y 1965. Precisamente los dos últimos discos editados por Dion hasta la fecha, “Bronx Blues” y “The Son of Skip James”, son discos de blues: la voz y la guitarra de Dion repasando los grandes clásicos que tanto ama.

Paralelamente a su inmersión en el blues, Dion flirteará de forma reiterada, y con notables resultados, con un estilo emergente entonces, el folk-rock. El ejemplo más temprano lo encontramos en un tema original del propio Dion, “The Road I’m On (Gloria)”, grabado en enero de 1964, y que originalmente apareció como cara B del “I’m Your Hoochie Coochie Man”. ¿Qué pensaría el comprador de este sencillo en 1964? Por un lado tenía un casi ortodoxo blues, y por el otro a un Bob Dylan más melódico y sentimental que constituía un Dion casi inédito. Pues en esas estaba nuestro hombre en 1964, aunque el grueso de temas que dejó registrados ese año fueron sobre todo las versiones de los clásicos del blues que hemos mencionado anteriormente. Al año siguiente y coincidiendo con lo que a la postre fueron las últimas sesiones de grabación que realizó Dion en el Estudio A de la Columbia en Nueva York, la experimentación con el folk-rock pasó a un plano predominante. Estas sesiones estuvieron producidas por nada menos que Tom Wilson, uno de los máximos responsables de la electrificación de la música Folk: produjo el disco Bringing It All Back Home de Dylan y “Like A Rolling Stone”, y tuvo la brillante idea de añadir acompañamiento eléctrico al tema “The Sound Of Silence” de Simon & Garfunkel. Armado con un buen cargamento de temas propios, y repartiendo el tiempo en dos sesiones diferentes, Dion con la ayuda de Wilson, dejó grabados un conjunto de temas que de haber sido editados en su momento en un LP, hoy constituiría uno de los grandes discos de la época. Desde “Knowing I Won’t Go Back There”, una lúcida mirada atrás de su trayectoria, pasando por la bella “My Love”, con una sonoridad casi de soft/pop de la Costa Oeste, o la colaboración con Carlo Mastrangelo en “Tomorrow Won’t Bring The Rain” ´-de hecho son los propios Wanderers los que le acompañan en alguna de estas grabaciones-, el sonido mágico de las grandes producciones del folk-rock está aquí presente, y además las interpretaciones de Dion son de cortar la respiración, lo que unido a la evocación melódica de los temas, resulta un conjunto insuperable. Lástima algunas de estas grabaciones permanecieran inéditas (algunas aparecen repescadas en la recopilación de su época en Columbia The Road I’m On). Las más fueron incluidas en singles –en casi olvidadas caras B-, y las restantes en el LP Wonder Where I’m Bound, que Columbia editó en 1969. Para entonces Dion ya había abandonado la poderosa discográfica, y estaba de nuevo disfrutando de las mieles del éxito con el tema “Abraham, Martin And John”. Aprovechando así el momento, Columbia editó este álbum repescando temas de entre la multitud que Dion grabó en 1965, y otros de fechas anteriores. El que da título a la colección es original de Tom Paxton, otro folkie del Village, y procede también de una de las sesiones producidas por Tom Wilson. Pese a que el álbum no es sino el resultado de juntar diferentes temas procedentes de distintos momentos creativos, funciona en conjunto mucho mejor de lo imaginado, y se puede considerar su mejor disco de esta época.

¿Se imaginan, entonces, recrear ahora ese disco folk-rock que pudo ser? Gracias a la mencionada retrospectiva The Road I’m On, es posible. Producido por Tom Wilson.

Cara A:
- I Can't Help But Wonder Where I'm Bound (Tom Paxton)
- It's All Over Now, Baby Blue (Bob Dylan)
- Now (Dion Dimucci-Carlo Mastrangelo)
- Farewell (Dylan)
- Wake Up, Baby (Dion DiMucci)
- The Road I'm On (Gloria) (Dion DiMucci)

Cara B:
- Tomorrow won't bring the rain (Dion DiMucci- C. Mastrangelo)
- Time In My Heart For You (Dion DiMucci)
- My Love (Dion DiMucci)
- Knowing I Won’t Go Back There (Dion DiMucci)
- All I Want To Do Is Save My Life (Mort Shuman)

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Discografía indispensable:

*- Wonder Where I’m Bound (Columbia 9773, LP, 1969) Album original.
*- Bronx Blues: The Columbia Recordings (Columbia, 1991) CD sencillo que reúne lo mejor de su etapa en Columbia, a lo que se añade alguna rareza como la versión que hizo –y que permanecía inédita aún- del tema de Dylan, “Baby, I’m In The Mood For You”, que algunos aseguran es su mejor grabación.
*- The Road I’m On – A Retrospective (Sony Legacy, 01-486823-10, 1997) Doble CD que recoge gran parte de los temas de Bronx Blues…, aunque no todos, y al que se añaden numerosas grabaciones inéditas, aunque inexplicablemente se omite “Baby, I’m In The Mood For You”. Imprescindible.
*- Don’t Start Me Talkin’: Columbia Recordings 1962-1965 (SPV Blue, 2007) CD sencillo editado a la par que “Bronx In Blue” en 2007, y que no es sino una versión abreviada de “Bronx Blues”.

Friday, May 23, 2008

DUNHILL RECORDS: LOS PRIMEROS AÑOS, 1965-1967 (2ª parte)

Seguimos con nuestro especial sobre el sello Dunhill que dejamos iniciado el año pasado. Y lo hacemos buceando en las producciones de esta primera época del sello, la más interesante sin duda alguna, centrándonos por ahora en los primeros grupos que lanzó el sello.

En estos primeros dos años de actividad de Dunhill Records los dos grandes grupos que despuntaron fueron sin duda alguna The Mamas & The Papas y The Grass Roots, auténticos clásicos hoy en día del mejor pop californiano. Sin embargo, hubo otros conjuntos menos afortunados comercialmente pero que consiguieron editar un ramillete de canciones realmente encomiables. Es el caso de The Thomas Group y The Iguanas, que dejaron su pequeño legado exclusivamente en formato siete pulgadas (sin que hasta la fecha hayan sido editadas en formato digital), y que pasamos a tratar a continuación.

Al igual que otros combos de la época (como Gary Lewis & The Playboys o Dino, Desy & Billy) THE THOMAS GROUP se formó alrededor de el más joven, Tony, de los 3 hijos de Danny Thomas, un ilustre personaje del “show business” americano, que participó en series tan famosas, sobre todo al otro lado del Atlántico, como “Make Room For Daddy” o “The Dick Van Dyke Show”. Entre sus amistades se podían citar a Bob Hope, Geoge Burns, Frank Sinatra o Sid Caesar. Un pez gordo, vaya.

Si nos fiamos de las siempre curiosas notas que aparecían en las contraportadas de los discos de la época, donde se narraban las vicisitudes de los grupos, Tony Thomas (betería), Greg Gilford (órgano y vocalista principal), Marty Howard (guitarra solista), Robert Wallerstein (guitarra rítmica) y David Goldsmith (bajo) se conocieron en un instituto de Beverly Hills. Todos eran auténticos entusiastas del baloncesto, pero deciden formar un conjunto musical, algo mucho más molón, sin duda alguna. Dunhill los descubrió y les firma un contrato de 5 años. Todo fue así de rápido, y por eso alguien los describió como “the fastest rising rock n’ roll group” (hay que tener en cuenta que entonces los grupos que incluían a un hijo de famoso estaban de moda). Asignados a los compositores y productores del sello, P.F.Sloan y Steve Barri, ambos quedaron impresionados con el grupo y su sonido. Era, para Sloan y Barri, una nueva oportunidad de que alguien grabase sus canciones, y así se pusieron manos a la obra. En marzo de 1966 editaron su primer single para Dunhill, “Penny Arcade/ Ordinary Girl”. Al parecer no tuvo la menor trascendencia a nivel de ventas o en las listas, pero sin duda alguna constituye uno de los mejores y más inspirados trabajos del tandem Sloan/Barri. “Penny Arcade” es la perfecta canción pop de los años 60: un estribillo irresistible, coros celestiales, optimismo desbordante… Me resulta muy difícil permanecer impasible cuando escucho esta canción. Si The Thomas Group, o cualquier otro conjunto de la época, hubieran logrado un éxito con este tema, hoy en día sería considerado todo un clásico de la época.

En el mes de mayo del ’66 editan su segundo sencillo “Autumn/Don’t Start Me Talkin’ Bout My Baby”, que según recuerda el propio Steve Barri llegó a colarse en las listas de éxitos. A raíz de ello aparecen en el mítico Ed Sullivan Show ante una audiencia estimada, como suele decirse, de 30.000.000 de espectadores (¡!), donde el propio Ed les describe como un conjunto con un “sonido rock suave y groovy”. Inician así una frenética actividad de promoción durante los siguientes meses de 1966, que les llevará a realizar varias apariciones en shows televisivos de la costa oeste y del estado de Utah, o una gira por siete estados de la Costa Este como parte del Dick Clark Tour –en estos bolos, de unos 30 minutos de duración, aparte de sus propios temas, interpretaban versiones de “Mr. Soul” de Buffalo Springfield y “Reason To Believe” de Tim Hardin-. Gusto, desde luego, no les faltaba.

Así las cosas, y esperando aun conseguir ese hit que rompiera definitivamente, en enero de 1967 editan su tercer sencillo, “I’ve Got No More To Say/Then It Begins”, compuesto y producido, nuevamente, por Sloan/Barri. El esperado éxito no llegó, aunque parece ser que el disco tuvo cierta repercusión en ciertos mercados regionales, como en tanda, estado de Nueva York. Mientras tanto todos sus componentes habían comenzado sus estudios universitarios, y parece que el interés por el grupo quedó relegado a un segundo plano.

La historia tuvo su punto y final en el mes de noviembre de 1967 con la edición de su cuarto y último sencillo para Dunhill “Is Happy This Way/Ordinary Girl”. Con P.F.Sloan ya fuera de Dunhill, Steve Barri se ocupa de la producción y elige un tema ajeno como cara a –la B era la misma que la de su primer sencillo-. La canción “Is Happy This Way” es una joya de delicados contornos, compuesta por Susan Harber, autora de esa otra preciosidad que es “Please Don’t Ever Leave Me” que interpretaron los no menos fenomenales The Cyrkle en su segundo disco “Neon” (Columbia, 1967). Supone desde luego un ligero cambio en la sonoridad del grupo, aproximándose a la de conjuntos que, como The Association, empezaban a despuntar comercialmente en esos momentos con sonoridades pop más lánguidas y evanescentes, lo que se conoció como “soft rock”. Pese a ello tampoco esta vez ocurrió nada destacable, y así terminó todo para el grupo de Thomas. Este, por su parte, formó años más tarde junto a Susan Harris y Paul Witt la “Witt-Thomas-Harris Productions”, que con el tiempo se ha convertido en la más grande productora independiente de comedias para televisión en Estados Unidos. Desde 1971 y hasta hoy ha producido innumerables seriales. Entre los más conocidos por estas latitudes, podemos citar “Empty Nest” en 1988, “Blossom” en 1991 o “El Show de John Larroquette”. También ha producido algún que otro largometraje, como “Dead Poets Society” (El Club de los Poetas Muertos) en 1989 o “Final Analyssis” (Análisis Final) en 1992. No está nada mal para alguien que empezó como baquetero sin éxito.

Por su lado, THE IGUANAS es un grupo rodeado por el más absoluto de los misterios. Casi sabemos más de ellos por negación que por afirmación. Estos Iguanas no eran los que por la misma época capitaneaba un tal James Ostenberg, en ciernes de convertirse en Iggy Pop, ni tampoco deben confundirse con The Matadors, conjunto que frecuentemente acompañaba a Jan & Dean. Bobby Roberts, que por entonces formaba parte de un conjunto llamado The Dunhills, los descubrió tocando en un hotel durante unas vacaciones en Mexico. Cuando Bobby retornó a Los Angeles y decidió, junto a Jay Lasker y Lou Adler, crear el sello Dunhill en 1965, fichó a The Iguanas, convencido de que había encontrado a los nuevos Beatles (¡!). Se los trajeron hasta Los Angeles donde bajo la batuta de P.F. Sloan y Steve Barri grabaron en un periodo muy corto (una o dos semanas a lo sumo) las canciones que éstos habían compuesto para ellos. Al parecer ninguno de los 4 miembros del grupo sabía hablar inglés, así que en lo que a la parte vocal respecta, grabaron las canciones fonéticamente. En julio de 1965 sacaron su primer single “This Is What I Was Made For/Don’t Come Runnin’ To Me” (D-4004), que también fue editado por RCA/Victor en el Reino Unido. Fue una de las primeras referencias del sello Dunhill. Y bueno, “This Is What I Was Made For” es sencillamente una de las más hermosas canciones de amor que jamás se han escrito. La sencillez de su letra unida a la profunda y emocionante belleza de su melodía, la convierten en una de las cumbres de artísticas del Sr. Sloan, y en una de mis canciones favoritas de todos los tiempos, de esas que te cambian para siempre una vez que las has escuchado. Aunque para mi gusto la versión definitiva la realizaría unos meses después el propio Sloan al frente de los Grass Roots, pero esto supone adelantarnos un poco en nuestra historia. Volviendo a los Iguanas, y como curiosidad, señalar que en 1988 el sello británico Big Beat publicó una versión en castellano de “This Is What I Was Made For” en el disco “Penny Arcade – Dunhill Folk Rock Vol. 2”. La canción les fue remitida erróneamente por MCA –propietaria de todo el catálogo Dunhill-, en vez de la versión original en inglés que había sido editada en su día, y que Big Beat había solicitado. Cuando se dieron cuenta de la equivocación era ya demasiado tarde y decidieron dejarlo estar. Por eso hoy en día resulta más fácil acceder a esta versión en castellano que a la original en inglés. Por cierto, la adaptación al castellano del texto de la canción es una auténtica preciosidad.

Dunhill por su parte editó un par de sencillos más con los Iguanas: “Michelle/Meet Me Tonight Little Girl” y “Diana/This Is What I Was Made For”, que recogían la totalidad de las grabaciones realizadas por el grupo. “Michelle” es una adaptación al castellano del clásico Lennon/McCartney, tal vez dirigido al mercado mejicano, donde sí parece que lograron cierto éxito, y “Diana” es el standard de Paul Anka.

Sloan y Barri consiguieron con ellos un sonido fresco e inmediato, con preciosas melodías vocales y chispeante instrumentación, cimentando con producciones como éstas el “sonido Dunhill” del periodo 1965-66, o lo que es lo mismo, la quintaesencia del folk rock californiano.

Reseñaremos para terminar otro par de grupos con la misma mala suerte. Por un lado THE MODERN FOLK QUARTET (MFQ), un cuarteto -o quinteto, dependiendo del momento-, formado por Jerry Yester, Cyrus Faryar, Henry Diltz, Chip Douglas y Eddie Hoh, que tenía ya una larga trayectoria a sus espaldas para cuando llegaron a Dunhill. Varias grabaciones para Warner Bros., así como una turbulenta sesión con Phil Spector en 1965, cuyo resultado final, la gloriosa "This Could Be the Night", no se editaría oficialmente hasta finales de los años 70. Fue precisamente el arreglista de Spector, Jack Nitzsche quien produjo y arrregló el primero de los dos sencillos que editaron en Dunhill, "Night Time Girl", una composición de Al Kooper e Irwin Levine. Pero para cuando apareció el segundo sencillo "Don't You Wonder", una delicia de finísimo "sunshine pop", en 1968 el grupo ya se había disuelto: Yester y Farrar inicaron carreras en solitario (aunque Yester primero se unió a los Lovin' Spoonful sustituyendo a Zal Yanovsky), Diltz se convirtió en uno de los grandes foógrafos de la historia del rock, y Douglas después de un breve paso por los Turtles trabajó como productor de los Monkees.

Por último, THE LAMP OF CHILDHOOD un grupo formado por Mike Tani, Fred Olsen, Billy Mundi y James Hendricks. Éste último fue marido de Mama Cass y junto a ella formó parte de los folkies The Big Three y The Mugwumps, donde coincidió también con Denny Doherty y Zal Yanovsky. The Lamp of Childhood editaron tres singles para Dunhill a lo largo de 1967. Tal vez su mejor momento llegó con "No More Running Around", una bonita canción donde las similitudes con los Mamas & Papas eran más que evidentes (menos las voces femeninas, claro está), pero desgracidamente se separaron antes de poder culminar todo su potencial.
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Como ya hemos comentado, la práctica totalidad de las grabaciones de estos grupos no han sido reeditadas de forma oficial hasta la fecha. Aparte de los singles originales, difíciles de conseguir, la única manera de poder acceder a algunos de ellos es gracias a dos excelentes recopilaciones publicadas por el sello Big Beat (Ace Records) a finales de los 80: “Is It Any Wonder, Dunhill Folk Rock, Vol. 1” (LP, Big Beat, WIK 74, 1988)
y “Penny Arcade, Dunhill Folk Rock Vol. 2” (LP, Big Beat, WIK 75, 1988).

Saturday, May 10, 2008

CHRIS GANTRY "Introspection", Monument, 1968 (Discos a recuperar, 5)

Volvemos a nuestra serie de discos que esperan una reedición en toda regla, con un álbum muy especial para nosotros. Cuando le pedimos a Kim Williams (The Summer Suns) que nos indicase sus 10 canciones preferidas, entre las joyas que seleccionó como primordiales en su educación musical había una que desconocíamos y nos dejó intrigados: “Dreams of the Everyday Housewife”. Nada sabíamos tampoco de su intérprete y autor, un tal Chris Gantry. Pero poco tiempo después un buen amigo, enamorado y obsesionado con toda una serie muy concreta de cantautores norteamericanos, de entre la multitud de k7's con las que nos ensanchaba los horizontes musicales, nos hizo llegar, por fin, el álbum que contenía este tema y que no es otro que el que hoy nos ocupa. Y quedamos prendados no sólo de la canción en sí, sino de las restantes 9 canciones que lo conformaban.

Pronto descubrimos que el tema es muy conocido gracias a la versión que Glen Campbell llevó al éxito en 1968, y pese a que un gran número de artistas han grabado las canciones de Gantry (Johnny Cash o Sonny Curtis, entre otros), lo cierto es que el personaje sigue siendo un desconocido. Chris Gantry nació en Queens, Nueva York, a finales de 1942, pero fue en Nashville, a donde se mudó con apenas 20 años, donde encontró una escena floreciente y unos jóvenes compañeros que pronto harían historia en la música popular americana. Como compositor fichó para la compañía editorial que dirigía Marijohn Wilkin, Buckhorn Music. Wilkin, una profesora que lo había dejado todo (familia, trabajo, posición social) por la música, además de ser una excelente compositora –ojo, suya es “Long Black Veil”- tenía un talento innato para reconocer el talento que en esos momentos estaba llegando al Music Row de Nashville a espuertas: Mickey Newbury, Tony Joe White, John Hartford, Billy Swann, Donnie Fritts, Billy Joe Shaver y, sobre todo, Kris Kristofferson. Es con este grupo de talentos con los que Gantry forma un clique dedicado a competir entre sí por ver quien aguantaba más de fiesta y, de paso, escribía una canción mejor que la anterior. El propio Newbury llegó a comparar Nashville entonces con Paris en los años veinte o Hollywood en los treinta. O por buscar un referente más cercano, la escena del Greenwich Village de primeros de los sesenta. Todos se influían entre sí, buscando esa frase, giro en la melodía, que hiciese que el resto envidiase su originalidad. Así era Nashville entonces. O mejor dicho, la escena que se mantenía al margen de su tradicional y siempre bien engrasada industria.

Otro personaje clave en nuestra pequeña historia es Fred Foster, dueño no sólo de la editorial Combine Music, sino de la discográfica Monument Records (Roy Orbison había sido su cliente más importante en la primera mitad de los 60). Cuando el contrato de Gantry finalizó con Buckhorn, Foster le ofreció fichar por su editora, prometiéndole mejor suerte para sus composiciones. La promesa se hace realidad cuando Glen Campbell alcanza un formidable éxito con “Dreams of the Everyday Housewife” (#3 en las listas de Country, y #32 en las de Pop) y el futuro inmediato de Gantry no puede ser más prometedor. Así graba en los propios estudios de Foster en Nashville “Introspection”, su disco debut. Diez canciones enormes, de melodías subyugantes, que mezclan las maneras excelsas de Mickey Newbury, la imaginación en los arreglos y melodías de Tupper Saussy (Neon Philharmonic) y la ilimitadas posibilidades que aquel momento único ofrecía. Sugerentes títulos como “Louisville-Nashville Southbound Train”, “Jamaica Avenue” o “Mexico Rain” forman parte de un repertorio sin fisuras, excelso como pocos aupado por una producción y arreglos (¿tal vez Bergen White?) que lo convierten en una joya difícil de imitar o comparar. Si se fían de nuestra humilde opinión, este disco merece el status de clásico, y nada tiene que envidiar a los legendarios primeros esfuerzos de los citados Newbury o Kristofferson. Grande.

La importancia e influencia de Gantry en estos años y entre sus colegas queda patente en las palabras con las que Kristofferson introduce “The Pilgrim-Chapter 33” en su segundo álbum –en el que Gantry toca la guitarra-: “I started writing this song about Chris Gantry and ended up writing it about Dennis Hopper and Johnny Cash ... Norman Norbert, “Funky” Donnie Fritts, and Billy Swann, Bobby Neuwirth, Jerry Jeff Walker…”, canción dedicada a estos gloriosos creadores que persiguiendo su inspiración “tomaron todas las direcciones equivocadas en su solitario camino de vuelta a casa”. Gantry, por su parte, editó un par de LP's más para Monument y ABC-Dot en los 70 ("Motor Mouth" y "Chris Gantry", respectivamente), para después seguir con una producción discográfica de mucho menos alcance. En la actualidad sigue componiendo y actuando en vivo, y existe una exigua página web a su nombre.


Thursday, February 21, 2008

OTOÑO CHEYENNE: It was 10 years ago today!

A los primeros asistentes a la décima edición del festival Popxiriapop, celebrado en la localidad gallega de Carballo en septiembre del año pasado, se les obsequió con un coqueto CDr que amén de las grabaciones completas del grupo Metro contenía, en archivos pdf, los cinco números publicados de Otoño Cheyenne. Los responsables de tan gran evento le pidieron al editor de OC que les mandara unas líneas introductorias. Como suele ocurrir en estos casos, esas líneas no llegaron a tiempo y quedaron inéditas… hasta hoy, que con motivo del décimo aniversario del fanzine, el Comandante Luke nos permite reproducirlas en este blog. ¡Felicidades!

Me piden José Gabriel y Xavier unas líneas para ilustrar esta “reedición” de los cinco números de Otoño Cheyenne. En mi vida me he visto en tal aprieto, que diría el poeta. Pese al lógico cariño que a uno se le supone por la criatura, lo cierto es que me recorre una sensación ambivalente al recuperar el material aquí recogido. Son demasiadas las faltas y errores que uno encuentra y que le gustaría poder cambiar (textos, fotos, maquetación…). Pero por otro lado, ahí están y os puedo asegurar que parir cada uno de ellos, a pesar de los desvelos y problemas mil, siempre fue una experiencia gozosa. O casi. Recuerdo especialmente el primer número. Su concepción tuvo lugar en las “peceras” de la biblioteca de una reputada universidad. ¿Fue durante mi último año como estudiante allí o ya había terminado? No puedo recordarlo. En cualquier caso, allí estaba yo maquinando un fanzine para la dominación global. Bueno, en realidad sólo quería escribir, reunir información y compilarla, sobre los grupos y artistas que tanto me gustaban y a los que apenas nadie hacía caso. Esa era (es) la intención. Seguro que tenía cosas más importantes que hacer (¿estudiar?), pero no en mi mundo ni en mi lista de prioridades. Y creo que así ha sido desde entonces, me refiero a la cantidad de tiempo que le he dedicado a OC, haciéndolo o maquinándolo, en detrimento de más, digamos, productivas actividades. Pero volvamos por un momento a las “peceras”. Cómo os decía, tengo clavada en la memoria el tiempo que pasé allí, por ejemplo, escribiendo cartas al club de fans oficial de Badfinger con la esperanza de conseguir que Joey Molland me respondiese a un completo cuestionario que había preparado (no contestaron nunca). Básicamente el primer número fue cortesía de ordenadores prestados, impresoras secuestradas y mucha fotocopia, tijeras y pegamento. Escrito a salto de mata en mi cuarto, aulas de colegios y universidad, y hasta en el cuartucho en que dormíamos en el puesto de la Cruz Roja los “voluntarios” que hacíamos allí la P.S.S. Así salió, claro. ¡Qué tiempos!

Y ahora que lo pienso, sí que debió de ser largo el periodo de gestación del primer número, porque hubo artículos que finalmente no se incluyeron en ese primer número porque habían quedado desfasados. Tengo por ahí una entrevista con Santi Campos (Santi me mandó las respuestas manuscritas en un par de folios, junto a una selección de los discos favoritos de los miembros del grupo) hecha antes de la publicación del primer LP de Malconsejo. Pero para cuando apareció el disco, el primer número de Otoño Cheyenne estaba únicamente disponible en mi cabeza. ¡Lo siento, Santi! También recuerdo cuando llegó a casa un sobre de los grandes desde Australia. En ese momento de suma emoción decidí que fuese como fuese aquel primer número, aún pura fantasía, tenía que salir. Eran las respuestas de Kim Williams (The Summer Suns), manuscritas también, a la entrevista que aparece, ya sí, en el primer número. Y había también unas preciosas fotos en b/n. ¡Qué maravilla! (aún guardo ese sobre) La cuestión es que entonces lo de Internet y el correo electrónico eran comodidades poco habituales, y el cartero era casi siempre el encargado de traer la buena nueva. Para el resto de contenidos me serví de algún que otro viejo artículo de revista (hasta recuerdo una visita al “Koldo Mitxelena” de San Sebastián donde conseguí información sobre Badfinger y los Drifters, entre otros, en una enciclopedia rock inglesa. Bueno, allí descubrí, y fotocopié entero, el libro “De qué va el rock macarra” de Diego Manrique!!!) y las notas (gloriosas “liner-notes” de las que tanto podías aprender) de Andrew Sandoval para el CD recopilatorio de los neoyorkinos The Left Banke, ¿mi grupo favorito? ¿y por qué no?

Y por fin, una vez completado todo, a la fotocopistería a recoger el resultado, ¡qué nervios! Y el sueño se hizo realidad… y lo empecé a enviar a quienes me importaban y habían inspirado: ¡la radio!, con Juan de Pablos a la cabeza. Y Samuel Rodríguez y su “Del Cero al Infinito”, o Edu Ranedo y Fernando Gegundez de “Local de Ensayo”. ¡Los otros fanzines! Luis Iñiguez y su im-pres-cin-di-ble “18 Rodas” o Ángel Snap y su no menos recordado “Snap”. Con tan buena fortuna que de vez en cuando empezó a llegar alguna carta y giro postal al apartado 162… Gracias a todos, ¡aún conservo vuestras cartas! Y hasta hoy. Y nunca mejor dicho, pues pese al parón habido desde el último número, todavía hay, al menos, un nuevo número en la recámara que será una realidad pronto. ¡Stay tuned for more rock ‘n roll!

Pese a que OC ha sido siempre un “one-man-zine”, lo cierto es que su existencia no habría sido posible sin la ayuda y colaboración de muchos buenos y queridos amigos. ¡Va por ellos!

El Comandante Luke (con saludos a su Lugarteniente Perry), Bilbao, Septiembre 2007.

Thursday, January 31, 2008

THE ANDERS & PONCIA ALBUM, Warner Bros., 1969. (Discos a recuperar, 4)


Otro álbum aún no editado en formato CD, y que por tanto merece nuestra insistencia sobre el mismo (ver Otoño Cheyenne # 4). La historia de Pete Andreoli (más tarde se cambiaría el apellido por Anders) y de Vinnie Poncia, Jr., como la de tantos otros orfebres y artesanos de canciones Pop en los sesenta no deja de tener un cierto sabor agridulce. Su legado musical es ciertamente notable (principalmente como compositores, productores y arreglistas), sobresaliente en numerosas ocasiones, pero por desgracia, el reconocimiento que merecen les es bastante esquivo fuera de los círculos más eruditos. Seguramente su momento álgido junto a Phil Spector (junto con quién escribieron un buen puñado de gemas para las Ronettes, Crystals y Darlene Love) a buen seguro les reserva un lugar privilegiado en la discoteca del aficionado atento, pero el resto de su producción entre 1964 y 1969 (Videls, The Tradewinds, The Innocence, etc.), no solo no le va a la zaga, sino que acumula méritos para hacerles ingresar en el Panteón de Compositores Pop de los Sesenta.

Pasados esos años de mayor éxito comercial, a comienzos de 1969, Anders y Poncia consiguen firmar, como solistas, un contrato con Warner Brothers, el “sello de los artistas”, una situación a priori ideal desde la que encauzar una nueva trayectoria. Al de poco se trasladan hasta Los Angeles para grabar el disco por el que habían firmado. Como productor para el álbum entra en juego Richard Perry. Un viejo conocido de nuestros héroes, Richard contaba en su haber con ciertas ilustres producciones para Captain Beefheart (su clásico primer LP “Safe As Milk”, de 1967), y más tarde sería el productor de Harry Nilsson, o el fundador del sello Planet para el que los Plimsouls grabaron su primer álbum. Entre otras muchas cosas (algunas bastante menos interesantes, ciertamente). Además lo más selecto de los músicos de sesión de la Costa Oeste, viejos conocidos del dúo, se dan cita para la ocasión: Hal Blaine y Jim Gordon (batería), Larry Knechtel (bajo y teclados), Joe Osborn (bajo) y las guitarras de “Sweet” Lou Shelton y los propios Anders y Poncia.

El álbum contiene diez temas propios y una versión del clásico de Leiber y Stoller “Smokey Joe’s Café” (con Ry Cooder a la guitarra). Canciones enormes como las incluidas aquí no pueden sino recibir nuestras más enfervorizadas alabanzas. “I’m Beginning To Touch You”, “You Don’t Know What To Do”, “Take His Love” o “The Height Of My Life”, por citar algún título, son sorprendentes muestras de hasta donde se había desarrollado el arte de la composición por parte de Anders y Poncia: dos artistas profundamente originales en su manera de fundir unas maneras que iban desde el pop escuela Brill Building, al R&B, aderezado todo ello con un poco de country y unas gotitas de tardía psicodelia. Y por supuesto, aunque de eso no cabía ya duda alguna, su faceta de músicos y vocalistas queda corroborada por unas interpretaciones lustrosas y apasionadas. Un álbum tan personal como universal y es que aquí se dan cita los grandes temas del Pop: el amor, la amistad, las relaciones interpersonales, en definitiva, el complejo mundo de los sentimientos humanos. Pero el hecho de que no se casasen con nadie, y que resultase un disco tan difícil de encasillar en un momento de transición de la música pop -la escena de cantautores californianos comenzaba a despuntar-, y sin un sencillo claro con el que atraer al público potencial, fueron factores que propiciaron un ineludible fracaso comercial y el posterior y paulatino ostracismo creativo de sus autores.

Si hemos de hacer caso a las notas que acompañaban al excelente CD recopilatorio “Mynd Excursions” publicado por Sequel hace años y que exploraba los archivos de los sellos Buddah/Kama Sutra, aún restaría por rescatar un disco autobiográfico inédito de Anders y Poncia. Excelente ocasión pues para que un sello como Rhino Handmade, con licencia para bucear en los archivos del conglomerado WEA, se ponga tras la pista de este material inédito y, de paso, rescate esta joya para deleite de todos.

ALAN BETROCK, héroe favorito.

Se nos echaba el tiempo encima, y no teníamos nada terminado para publicar en enero, cuando nos llegó el esperado libro sobre Bomp, “Saving the World One Record At a Time” (que merece entrada aparte). Y nos acordamos de Alan Betrock… y de este pequeño homenaje que le rendimos hace tiempo y nos apetecía recuperar…
Alan Betrock, Greg Shaw y Ken Barnes, en N.Y.C. a mediados de los 70

Pero, ¿es que no conoces a Alan Betrock? No, no, el Sr. Betrock no militó en ningún grupo de pop o rock. Ni tan siquiera tuvo una corta pero intensa (o larga y aburrida, depende del caso) carrera como artista de culto en solitario. Nada de eso. Y, sin embargo, creo que su nombre y su historia, debe figurar al lado de la de otros ilustres poprockeros. Y ello por la simple razón de que sin él, y otros como él, seguramente nosotros, y otros como nosotros, no estaríamos hoy en día hablando y escribiendo, y disfrutando y admirando, y amando, la música de Ellie Greenwich, de P.F. Sloan, de Phil Spector, de Graham Gouldman, de The Left Banke, de los Grupos de Chicas, de Brian Wilson y los Beach Boys, de Badfinger o los Raspberries, y también la de Blondie, los dB’s, Richard Hell, Televisión, los Ramones o Marshall Creenshaw. Y no sólo la música, también el cine y, en definitiva, la así llamada “cultura pop”, fueron desmenuzados, analizados y dados a conocer, por los estudios y escritos de este ilustre fanzineroso.

Nos guste o no vivimos en un mundo en el que prácticamente todo lo que podamos apetecer lo tenemos al alcance de la mano: el ratón de un ordenador o el teclado de un móvil. Lo que desde el punto de vista de un aficionado/amante de la música pop significa que ya no hay nada que no podamos saber de nuestros grupos preferidos, hasta el más oscuro detalle o ignoto dato, todo se nos revela en cuestión de segundos, gracias a ese nuevo mundo paralelo que es Internet. Ese imposible grupo de freakbeat británico, un oscuro instrumental a cargo de un grupo de música surf de principios de los 60, o esos one-hit wonders del medio oeste americano. Ya nada se nos puede resistir. Pero hubo una época en la que todo esto no existía, y si el pardillo de turno se preguntaba que había sido de aquel grupo que tuvo un éxito con “Walk Away Renee”, o si la versión original del “Gloria” era de los Shadows Of Night o de Them, pues se quedaba con un palmo de narices, porque muy pocos podrían responderle con verdadera exactitud. Los primeros 70 debieron ser muy duros para todos aquellos que crecieron amando la música de los 60. Pareció como si en unos pocos años todo aquello hubiese sido barrido de la faz de la tierra, y ya nadie lo recordase. Casi de repente resultaba que era más interesante escuchar y hablar de otro tipo de música, supuestamente más profunda e importante. La era de los dinosaurios y los plastones insoportables de alto minutaje estaba empezando, y con ella el (re)nacimiento de una industria cada vez más ávida e inmisericorde. Pero afortunadamente, unos pocos fans consiguieron lo que parecía imposible. Compilar información, analizarla desde una perspectiva histórica, y difundir todo esto con verdadera pasión y entusiasmo, logrando transmitir a una nueva generación todo el acervo generado por la mayor explosión cultural juvenil del siglo. Lo que sin duda alguna contribuyó de manera decisiva a crear la base de lo que a los pocos años cristalizaría de alguna forma en el punk y la nueva ola. Nombres propios como el de Lenny Kaye, que compiló, anotó y produjo el mítico “Nuggets”, en 1972; o Greg Shaw que publicaba la seminal “The Mojo Navigator” a finales de los 60/primeros 70 y más tarde la imprescindible revista/fanzine “Bomp!”. Y Alan Betrock, nuestro hombre, que comenzó publicando el fanzine “Jamz” para después editar la mítica revista “The Rock Marketplace” (que, entre otras cosas, fue una de las primeras revistas para coleccionistasy estudiosos del fenómeno "rock"). Lenny, Greg y Alan, seguramente nadie sabía más a principios de los 70 sobre la Historia de la Música Rock que estos tres titanes.

Siempre inquieto e inconformista, Alan Betrock funda en 1975 la revista “The New York Rocker”, que nacía como una extensión de TRM, pero dedicada esta vez a cubrir la emergente nueva escena musical, sobre todo la neoyorquina, y servir de vehículo para narrar los presentes y futuros acontecimientos de la misma. Alan fue editor de TNYR hasta 1977, abarcando el periodo crucial de la génesis, sedimentación y cristalización de la escena surgida en el Bowery neoyorquino. Y su revista fue tan crucial para esa escena como el CBGB o el Max’s Kansas City. Las portadas de TNYR convirtieron en estrellas a Patti Smith, los Ramones, Blondie, Television o los Talking Heads, antes incluso de que fueran conocidos fuera de Nueva York. Y sus lúcidos y visionarios editoriales le convirtieron en padrino de la escena, y en un gran “conceptualizador” de los acontecimientos de la última gran revolución musical, el punk-rock. Después de abandonar la dirección de TNYR a finales de 1977, tras once números, Alan inició en 1979 su propia compañía discográfica, Shake Records. Produjo y editó los primeros discos de los dB’s y Marshall Crenshaw. Más tarde produjo el LP Destiny Street de Richard Hell & The Voidoids y el Beauty And Sadness de los Smithereens (cuando hace unos años tuvimos ocasión de conocer a Pat Dinizio, éste nos obsequió con un buen puñado de anécdotas sobre Betrock, pero lo que se nos quedó grabado en la memoria fueron las depresiones que sufría y como, a su muerte, algunos de sus amigos tuvieron que rescatar de la quema parte de su impresionante colección).

Por supuesto, yo no era más que un niño cuando Alan escribía y maquetaba sus primeros fanzines, y un chaval cuando produjo las primeras maquetas de Blondie o escribió “Girl Groups: The Story of A Sound”, el libro definitivo sobre el fenómeno de los grupos de chicas de comienzos de los 60. Pero su pasión por la música que tan bien conocía y amaba de alguna forma se transmitió a cientos de seguidores que después hemos seguido su ejemplo, tocando en grupos, creando y escribiendo en fanzines, revistas, o simplemente descubriendo la maravillosa música que tanto le gustaba.

Alan Betrock murió el 9 de abril de 2000, a la edad de 49 años, en el Hospital Calvary, en pleno corazón del Bronx, Nueva York. La causa, un cáncer fatal que se le había diagnosticado sólo dos meses antes. Esto sólo es un pequeño homenaje que le rendimos desde este fanzine, que esperamos le hubiera agradado.